Cada 10 de noviembre, Argentina celebra el Día de la Tradición en homenaje al nacimiento de José Hernández, autor del “Martín Fierro”, emblema de la literatura gauchesca y espejo de una identidad que supo ser orgullo nacional. Pero más allá de los actos escolares y las ferias criollas, la fecha interpela: ¿qué queda hoy de aquellas costumbres que forjaron el alma argentina?
La ley que instauró esta celebración en 1939 buscó reivindicar al gaucho como símbolo de libertad, coraje y sabiduría popular. Durante décadas, las escuelas enseñaron a los chicos a bailar chacarera, recitar coplas y vestir bombachas de campo. Las radios reproducían zambas y milongas, y los fogones eran espacios de encuentro comunitario. Sin embargo, con el avance del tiempo, la globalización y el vértigo urbano, muchas de esas prácticas se diluyeron.
Hoy, en las grandes ciudades, la tradición se reduce a una postal decorativa. El folklore compite con el reguetón, los asados se reemplazan por apps de delivery, y el lenguaje gauchesco sobrevive apenas en los libros. La identidad criolla se volvió periférica, casi exótica, en una sociedad que prioriza la inmediatez y la conectividad por sobre el arraigo.
Pero no todo está perdido. En pueblos como San Antonio de Areco, Tafí del Valle, Jesús María o General Madariaga, la tradición sigue viva. Allí, las jineteadas, las peñas y los desfiles gauchos no son eventos turísticos: son parte del calendario emocional de la comunidad. Las escuelas rurales enseñan a enlazar, a sembrar, a respetar la tierra. Las radios locales aún difunden coplas y relatos de campo. Y los vecinos defienden con orgullo su legado.
La pregunta incómoda es si el país está dispuesto a recuperar esa memoria activa. No como un souvenir, sino como una brújula cultural. Porque sin tradición, no hay identidad. Y sin identidad, no hay futuro.
El Día de la Tradición no debería ser solo una efeméride. Debería ser una oportunidad para que los municipios, las escuelas y los medios vuelvan a mirar hacia adentro. Para que las ciudades revaloricen sus raíces y las nuevas generaciones entiendan que ser argentino también implica saber de dónde venimos.




