Durante cinco minutos, Gabriel Sebastián Palavecino estuvo bajo el agua. Cinco minutos eternos. A su alrededor, gente que pasaba, que nadaba, que seguía con su rutina. Nadie lo vio. Nadie lo auxilió. No había un salvavidas. Tampoco estaba el profesor que debía cuidarlo. Así murió, ahogado, en una pileta del Instituto Nacional de Deportes (IND), en calle Congreso 669, en pleno Barrio Sur de San Miguel de Tucumán.
Gabriel tenía 32 años y un retraso madurativo. Había atravesado problemas de salud, internaciones y tratamientos psicológicos y psiquiátricos en el hospital Obarrio. Para mejorar su condición, los médicos le recomendaron hacer actividad física. Natación o gimnasia. Él eligió nadar.
Su familia buscó hacerlo de la mejor manera. No improvisó. Contrató a un profesional especializado en rehabilitación acuática, O.B., para que lo acompañara y cuidara durante las clases. Gabriel comenzó a ir al natatorio del ex Valladares hacía apenas una semana. Lo llevaba su hermana, una trabajadora de casas particulares, porque su abuela —quien lo cuidó desde pequeño— hoy está postrada, con graves problemas de salud.
El 19 de diciembre se cumplió un mes de su muerte. Recién entonces la familia recibió el informe de la autopsia. El resultado fue contundente: Gabriel murió por asfixia por inmersión.
“Sus pulmones prácticamente reventaron”, relata con crudeza Marco Rossi, abogado de la familia.
A pesar de esa confirmación, el natatorio sigue funcionando con normalidad. Nadie del club se comunicó con la familia. Nadie dio explicaciones. Nadie asumió responsabilidades.
Las cámaras lo muestran todo
La causa está en manos de la Fiscalía de Homicidios I, que investiga lo ocurrido. Hasta ahora, además de los peritajes de rigor, se analizaron las cámaras de seguridad del predio. Son más de 30 cámaras. En las imágenes se ve todo.
“Fotograma por fotograma se observa cómo Gabriel entra a la pileta y apenas lo hace se hunde. Permanece bajo el agua alrededor de cinco minutos. Es una zona donde pasa gente de manera permanente”, explica Rossi.
No hay salvavidas. No aparece el profesor que había sido contratado para cuidarlo. Nadie reacciona.
“Era una persona que fue a nadar para mejorar su condición, que tomó el recaudo de contratar un profesional idóneo. No lo cuidaron. Al contrario, lo abandonaron”, sostiene el abogado.
El sector donde ocurrió la tragedia es uno de los más bajos de la pileta. Aun así, Gabriel no sabía nadar con soltura. Nadie pidió estudios médicos. Nadie evaluó su estado de salud antes de permitirle ingresar al agua.
Una vida sencilla, una muerte evitable
Gabriel vivía en Las Talas, Bella Vista. Se movía solo en colectivo, hacía changas, trabajó incluso en un mercado en El Manantial. Hasta que una recaída lo llevó nuevamente al Obarrio. Después vino la recomendación médica. Y luego, la pileta.
“La causa empezó caratulada como muerte dudosa. Hoy no hay nadie imputado”, remarca Rossi.
Mientras tanto, el dolor de la familia se multiplica. Su abuela, debilitada y enferma, enfrenta la pérdida del nieto al que crió. La hermana, que hacía lo imposible por acompañarlo, carga ahora con la culpa que no le pertenece.
En paralelo, se preparan acciones civiles por daños y perjuicios contra los responsables. El reclamo será impulsado por los familiares directos.
“Es temporada alta. Van muchísimas personas. Todo continúa como si nada en el ex Valladares”, lamenta el abogado.
Cinco minutos bajo el agua. Cinco minutos que quedaron registrados en cámaras. Cinco minutos que nadie quiso ver. La muerte de Gabriel Palavecino no fue un accidente inevitable. Fue una tragedia anunciada, silenciosa, y —según denuncia su familia— absolutamente evitable.




