La Batalla de Tucumán se libró entre el 24 y el 25 de septiembre de 1812, en las afueras de San Miguel de Tucumán. Manuel Belgrano, al mando del Ejército del Norte, decidió enfrentar a las tropas realistas pese a las órdenes del Primer Triunvirato que exigían su retirada hacia Córdoba. Belgrano ignoró las misivas, ocultó su bandera y trazó una estrategia audaz: desvió su marcha por Burruyacu para confundir al enemigo y medir el compromiso local.
Las tropas patriotas, en clara inferioridad numérica y armamentística, resistieron el avance realista y lograron una victoria decisiva. Capturaron a más de 600 soldados enemigos y consolidaron la defensa del norte argentino. Belgrano escribió: “Voy a presentar batalla fuera del pueblo y en caso desagraciado me encerraré en la plaza hasta concluir con honor”. Su convicción y liderazgo marcaron un punto de inflexión en la guerra de independencia.
La batalla no solo frenó el avance español, sino que también fortaleció el espíritu revolucionario. Tucumán se convirtió en símbolo de resistencia, y Belgrano en héroe nacional. Sin esa victoria, el destino de la independencia habría sido incierto.