El clima político que los rodea es una convivencia obligada, más que una alianza natural. Se muestran juntos porque un conflicto visible entre la Provincia y el Municipio sería un boleto directo a la erosión política para ambos. Por eso buscan transmitir gobernabilidad y estabilidad, aunque el vínculo está cargado de fricciones.
Chahla, instalada como una figura propia, no oculta su perfil autónomo. Demostró que no está dispuesta a acompañar ciegamente cada movimiento del gobernador: quiere protagonismo, voz, espacio real y propio.
Jaldo intenta mantener el control del peronismo tucumano cerrando acuerdos e intentando acortar diferencias, bajo un discurso de responsabilidades compartidas.
La Legislatura funciona como termómetro del verdadero estado de la relación. Allí, los legisladores jaldistas suelen ser más crudos en sus gestos políticos: minimizan el aporte de Chahla y resaltan el liderazgo del gobernador, dejando ver que la intendenta todavía no cuenta con respaldo pleno dentro de la estructura oficial.
De cara a 2027, la tensión se multiplica. Todos miran números, territorios y proyección. Por ahora, a ninguna de las partes les conviene un quiebre. Cada uno construye su capital político: desde la Provincia se juega a consolidar influencia para ordenar candidaturas futuras; Chala, desde la Capital, trabaja para fortalecer su liderazgo, sabiendo que su estructura municipal es el principal distrito electoral y un bastión clave para negociar poder.
La pregunta real es cuánto durará esta convivencia y hasta dónde llegará la tensión. Lo razonable es mostrar cohesión o pagarán el costo político de cualquier fisura.
Si acuerdan, podrían ser un tándem poderoso de cara a 2027. Por ahora, solo se ve una alianza sostenida por necesidad: visible, calculada y estratégica, pero con la desconfianza de quienes saben que, tarde o temprano, se debe definir.




