En una expedición submarina en el mar Báltico, investigadores alemanes descubrieron un fenómeno inesperado: vida marina floreciendo sobre explosivos de la Segunda Guerra Mundial. Cangrejos, gusanos, peces y anémonas se asentaron en un antiguo depósito de armas, desafiando la toxicidad de las municiones abandonadas hace casi 80 años.
El hallazgo fue realizado por científicos del Instituto de Investigación Senckenberg, liderados por Andrey Vedenin. “Estábamos preparados para ver cantidades significativamente menores de todo tipo de animales”, declaró Vedenin a ABC News. “Pero resultó lo contrario”.
La investigación se llevó a cabo en la bahía de Lübeck, frente a la costa alemana, donde se encontraron especies marinas habitando fragmentos de bombas volantes V-1 utilizadas por la Alemania nazi.
Explosivos como hábitat: ¿Dónde y por qué ocurre?
El fondo del mar Báltico, mayormente plano y compuesto por lodo y arena, carece de superficies duras. Esto hace que las criaturas marinas se sientan atraídas por los restos bélicos, que ofrecen estructuras sólidas para asentarse. Además, la presencia de químicos en la zona ha mantenido alejadas a las actividades humanas, creando una especie de burbuja de protección para la fauna.
En aguas alemanas se estima que hay más de 1,6 millones de toneladas de armas vertidas, muchas con residuos nucleares, químicos y explosivos como TNT. A pesar de los riesgos, la biodiversidad encuentra formas de adaptarse y prosperar.

Biodiversidad en sitios contaminados: ¿Quiénes sobreviven?
Este estudio se suma a investigaciones previas que mostraron naufragios y complejos armamentísticos rebosantes de vida silvestre. En el caso del mar Báltico, se observaron redes de anémonas, estrellas de mar y otros organismos que han convertido los explosivos en su hogar.
David Johnston, biólogo de conservación marina de la Universidad de Duke, concluyó: “La fuerza de la naturaleza es capaz de avanzar incluso en los entornos más hostiles. Las especies aprovechan los restos humanos, cambiando el rumbo para sobrevivir”.
Este hallazgo no solo revela la capacidad de adaptación de la vida marina, sino también la huella persistente de los conflictos humanos en el ecosistema. Además, plantea interrogantes sobre cómo gestionar los residuos bélicos y proteger la biodiversidad en zonas afectadas por la guerra.