Esta semana se estrenó en Netflix el esperado documental sobre el asesinato de Fernando Báez Sosa, el joven de 18 años asesinado por un grupo de rugbiers en Villa Gesell en enero de 2020. El material generó un fuerte impacto y se ubicó rápidamente entre lo más visto. Pero entre las miles de reacciones, un detalle llamó la atención: Julieta Rossi, ex pareja de Fernando, no aparece.
Julieta tenía 17 años cuando su vida cambió para siempre. Tras el crimen, acompañó a los padres de Fernando y fue un sostén emocional en los primeros meses. Sin embargo, el estrés postraumático, la culpa, el recuerdo constante y la exposición mediática la desbordaron. “Le hacía muy mal”, aseguran personas cercanas. “No podía seguir presente en cada acto, en cada audiencia, en cada reconstrucción del horror”.
Reconstruirse lejos del dolor
En busca de paz, Julieta se fue a Estados Unidos a estudiar danza. Lo que comenzó como una vía de escape se convirtió en una carrera profesional. Hoy, a los 23 años, regresó a Argentina convertida en artista: bailó con Ecko, trabajó con Aitana, participó en producciones junto a Flor Vigna y estuvo en los Premios Ídolos, donde su presencia fue destacada.

Su nombre empezó a sonar en castings, productoras y agencias de talento. Pero su historia personal sigue siendo parte de una memoria colectiva que no olvida.
Julieta no dio testimonio ni participó del homenaje audiovisual. Para muchos, su silencio fue un gesto elocuente. Para otros, simplemente una decisión personal entendible después del dolor vivido.




