La muerte de Gonzalo Urueña causó conmoción en el ambiente artístico y cultural de Tucumán. Productor, gestor cultural y presidente de Central Córdoba, Urueña falleció el miércoles en Buenos Aires y su partida dejó un profundo impacto entre quienes lo conocieron, trabajaron con él o simplemente lo vieron transformar al histórico estadio en un espacio clave para la música y el espectáculo en el norte argentino.
“Ya no tengo miedo a nada”, dijo alguna vez en una entrevista de 2017. Esa frase que sintetizaba su carácter y valentía hoy se resignifica como parte de su legado.
Un impulsor de Central Córdoba y de la cultura tucumana
Durante su gestión al frente del Club Atlético Central Córdoba, Urueña lideró un proceso de modernización y revalorización del predio de Alem al 700. Bajo su mirada —y la impronta heredada de su padre, Rubén— el estadio volvió a ser un polo cultural multifacético, donde convivieron artistas consagrados, músicos emergentes, espectáculos folclóricos, rock y propuestas populares.
Esa diversidad se convirtió en una marca registrada. Para muchos, él logró lo que parecía imposible: que Central Córdoba fuera algo más que un club, convirtiéndolo en un escenario imprescindible para la escena artística regional.
Crecido entre escenarios
Amigos y colegas coinciden en que Gonzalo era “productor desde la cuna”. Diego “Mocho” Viruel, amigo de toda la vida, lo recuerda como un laburante obsesivo, generoso y alegre. “Vendía un personaje, sí, pero atrás había un tipo con una ética de trabajo increíble”, contó conmovido.
La naturalidad con la que convivía con figuras de renombre, cenas con Abel Pintos, Soledad o Sergio Galleguillo eran parte de su día a día. “Eso para él era normal”, recordó Viruel. Esa cercanía con los artistas convivía con una personalidad explosiva, carismática y difícil de ignorar.
Fanático de la natación, del gimnasio y del movimiento constante, parecía vivir siempre con la energía de quien tiene un proyecto nuevo por comenzar.
Constructor de sueños: el Festival Atahualpa
Uno de los proyectos más emblemáticos de su carrera fue el Festival Atahualpa. El productor Gonzalo Soraire, compañero de trabajo y amigo cercano, destacó que Urueña “tenía la posta para manejarse con los artistas”, una combinación de intuición, audacia y precisión que ayudó a que el evento se consolidara como uno de los más importantes del NOA.
Una de las anécdotas que más lo marcó ocurrió hace unos años, cuando juntos viajaron a Córdoba sin agenda y terminaron presentando el festival en un canal de televisión nacional. “Vivimos muchísimas cosas gracias a él”, expresó Soraire, todavía afectado por la noticia.
Un puente para los artistas locales
Urueña también condujo ciclos televisivos destinados a la difusión de la escena local. Cinthia Gómez, productora, destacó su permanente apoyo a los músicos emergentes. “Tenía mucha consideración por los artistas locales. Siempre encontraba un lugar para ellos.”
En el barrio de Alem al 700 también lo sienten. Hugo Daniel Páez, el canillita de la esquina, lo vio días antes de su fallecimiento. “Era amigo de todos. Muy bueno. Saludaba a todos”, contó con nostalgia.
Una voz sin filtro y una esencia auténtica
Su personalidad quedó registrada en un video del 2017, donde dijo sin dudas que ya no tenía miedo a la soledad ni a nada. Allí también reveló que su ídolo era su padre, que París era su lugar en el mundo y que su combinación gastronómica favorita era pizza con papas fritas, una frase tan llamativa como entrañable para quienes lo conocían.
Su partida golpea doblemente a una familia que hace poco vivió otra pérdida significativa. “Es revivir lo que pasó con su papá, pero más intenso”, afirmó Soraire.
Un legado que seguirá vivo
Para muchos, la muerte de Gonzalo Urueña significa la despedida de un referente inagotable: organizador, anfitrión, gestor, nadador y amigo. Su legado permanece en cada espectáculo que impulsó, en cada artista al que abrió puertas y en cada transformación que generó en la vida cultural tucumana.
Quienes lo conocieron coinciden en algo: Gonzalo vivió como producía. Con entusiasmo, siempre en movimiento y rodeado de afectos.
Y como dijo su hermano, entre lágrimas: “Que lo recuerden con una sonrisa.”




