La figura de un niño encapuchado, sin rostro ni nombre, apareció en Fitz Roy al 1900, pleno Palermo Hollywood. La instalación es obra del artista urbano Sebastián Andreatta, conocido como BIH, quien decidió usar el espacio público para denunciar la vulnerabilidad infantil. La obra, moldeada en cemento a partir de un maniquí, representa a un niño castigado contra la pared. Fue colocada en septiembre y ya sufrió dos actos de vandalismo.
Andreatta, de 36 años, no se dedica profesionalmente al arte. Trabaja en consultoría de medios y tiene una empresa de marketing urbano. Sin embargo, su compromiso con el arte interactivo lo llevó a instalar esta figura que genera reacciones intensas entre vecinos y transeúntes.
Reacciones, miedo y vandalismo
Desde su aparición, el niño en penitencia ha provocado todo tipo de respuestas. Jóvenes que lo confunden con una persona real, madres que aceleran el paso, bebés que lo saludan. La obra fue vandalizada dos veces: primero en Plaza Mafalda, donde fue arrancada y arrojada a un volquete; luego en Fitz Roy, donde le rompieron un brazo. A pesar de los ataques, Andreatta la repuso en el mismo lugar, reforzándola con varillas de hierro.
“Genera violencia en algunos, pero también debate”, cuenta el artista. Vecinos le escriben para compartir cómo la obra despertó conversaciones sobre el arte y la infancia. Además, instaló una cámara oculta para registrar las reacciones y proteger la escultura.
Arte urbano como denuncia social
La inspiración de Andreatta surgió al ver la figura instalada: “Ahí se me apareció Juanito Laguna”, escribió, en referencia al personaje de Antonio Berni. Su niño no tiene cara, ni nombre, ni ropa cara. Está solo, soportando el clima como tantos chicos en situación de calle. “No quiero estadísticas, quiero provocar desde el arte”, afirma.
Por otro lado, el artista destaca el valor del espacio público como plataforma de expresión. Cita a Leandro Erlich, quien intervino el Obelisco en 2015, como ejemplo de cómo el arte puede transformar la ciudad. Mientras tanto, el niño en penitencia sigue allí, silencioso, interpelando a quienes pasan.