Domingo Faustino Sarmiento no nació con ese nombre. Su partida de nacimiento lo registra como Faustino Valentín Quiroga Sarmiento, y adoptó “Domingo” por influencia de su tío Domingo de Oro. Aprendió a leer a los cuatro años gracias a su padre y a otro tío, y aunque no logró ingresar al Colegio de Ciencias Morales, se convirtió en autodidacta: aprendió matemáticas con un amigo ingeniero, latín y teología con su tío, y francés por cuenta propia.
En 1829, presenció la llegada de Facundo Quiroga a San Juan, una imagen que lo marcaría profundamente. Fundó el periódico El Zonda, que lo llevó al exilio en Chile durante el gobierno de Rosas. Allí se convirtió en asesor del gobierno chileno y recorrió el mundo estudiando sistemas educativos, enamorándose del modelo estadounidense.

En Chile, donde emigró en 1831, conoció a María Jesús del Canto, su alumna y madre de su única hija biológica, Ana Faustina. Allí también dirigió la Escuela Normal de Preceptores, la primera institución latinoamericana dedicada a formar docentes.
Su vida estuvo marcada por tragedias personales. En 1866, su hijo adoptivo Dominguito murió en la Batalla de Curupayty. Sarmiento, entonces diplomático en EE.UU., renunció y regresó a Buenos Aires para escribir la biografía de su hijo.
Como gobernador de San Juan, transformó la provincia en solo dos años: introdujo alumbrado público, empedró calles, forestó y diseñó el plano topográfico. En 1868, llegó a la presidencia, impulsando el telégrafo, el ferrocarril y la expansión escolar. Fundó la CONABIP, impulsó el primer censo nacional en 1869 (que reveló un 71% de analfabetismo), y promovió la creación de 800 escuelas mediante la Ley de Subvenciones de 18711.
Aunque apoyó la Conquista del Desierto, criticó los negociados de Roca. En sus últimos días, se retiró a Paraguay, donde murió en 1888. Su testamento refleja su orgullo por haber transformado el país con educación, infraestructura y pensamiento.
En este video, Felipe Pigna revela las luces y sombras del prócer más polémico de la historia argentina.