El sábado entre las 5:20 y las 5:40 de la madrugada, Juan, un joven de 23 años, fue atacado por dos hombres en la intersección de Avenida Libertador y Avenida Carmen Infanta, en Buenos Aires. Salía del boliche Erheo cuando los agresores lo interceptaron sin intención de robo. Lo tiraron al piso y comenzaron a golpearlo brutalmente. Uno de ellos gritó: “Dejámelo a mí, siempre quise pegarle a uno de estos”.
El motivo fue claro y aterrador: homofobia. Juan no fue atacado por lo que tenía, sino por lo que es. El resultado fue una doble fractura de mandíbula, rostro desfigurado y la necesidad de placas quirúrgicas que cuestan cerca de siete millones de pesos.


Este caso no es aislado. Según la Defensoría LGBT, en 2024 se registraron al menos 140 crímenes de odio en Argentina, muchos de ellos invisibilizados por miedo o falta de denuncias. La violencia contra personas LGBT+ sigue siendo una amenaza cotidiana, especialmente en espacios públicos donde deberían sentirse seguros.
Además, la falta de políticas efectivas de prevención y justicia contribuye a que estos ataques queden impunes. Juan lo expresa con claridad: “Pude haber muerto tranquilamente. No puede quedar todo en la nada”.
Por otro lado, Juan decidió compartir su historia para pedir ayuda y visibilizar lo ocurrido. Necesita colaboración para costear su tratamiento médico, pero también busca que la sociedad tome conciencia. Su pedido no es solo económico: es un llamado urgente a la empatía, a la acción y al repudio colectivo.
Sin embargo, la difusión es clave. Visibilizar este crimen de odio es el primer paso para que no se repita. La comunidad LGBT+ y sus aliados tienen el poder de transformar el dolor en lucha, y la indiferencia en justicia.