Nepal vivió una de sus jornadas más violentas en años. Cientos de manifestantes irrumpieron en el Parlamento en Katmandú y lo incendiaron, horas después de que el primer ministro KP Sharma Oli anunciara su renuncia. La decisión llegó tras una brutal represión policial que dejó al menos 19 muertos y más de 300 heridos el día anterior.
Las protestas comenzaron como una reacción al bloqueo de 26 plataformas de redes sociales, entre ellas Facebook, Instagram y X. Aunque la medida fue levantada el martes, la indignación no cedió. Jóvenes de la llamada Generación Z, nacidos entre 1995 y 2010, tomaron las calles para exigir el fin de la corrupción y el respeto a la libertad de expresión.
Incendios, vandalismo y toque de queda
Además del Parlamento, los manifestantes incendiaron la residencia privada de Oli en Balkot y las casas de otros líderes políticos, como Sher Bahadur Deuba, Ram Chandra Poudel y Pushpa Kamal Dahal. También fueron atacadas sedes partidarias y una escuela privada propiedad de la esposa de Deuba.
El gobierno respondió con un toque de queda indefinido en Katmandú y otras ciudades, y cerró las escuelas de la capital. Sin embargo, las protestas continuaron, desafiando las restricciones y sumando más tensión a una crisis que parece lejos de resolverse.


La Generación Z exige cambios profundos
El movimiento juvenil se autodenomina “Generación Z” y se ha convertido en el motor de la revuelta. “El país está tan mal que los jóvenes no tenemos razones para quedarnos”, declaró Bishnu Thapa Chetri, uno de los manifestantes.
La frustración por el nepotismo y la corrupción se ha intensificado en los últimos meses, alimentada por imágenes virales que contrastan los lujos de los hijos de políticos con la precariedad de la mayoría. Además, el desempleo juvenil ronda el 20%, y miles de jóvenes emigran cada día en busca de oportunidades.
¿Qué sigue para Nepal?
A pesar de la renuncia de Oli, la violencia no ha cesado. El gobierno prometió crear un comité investigador y compensar a las víctimas, pero la desconfianza persiste. Por otro lado, varios ministros también han dimitido, y la comunidad internacional observa con preocupación el deterioro institucional del país.
Nepal enfrenta ahora un desafío monumental: canalizar el descontento hacia una solución política que responda a las demandas de una generación que ya no está dispuesta a callar.